Mucho se ha hablado de las feroces consecuencias que ha tenido la irrupción del WhatsApp en nuestras vidas. Cuando hablo de WhatsApp, lo hago extensivo a ese montón de aplicaciones de mensajería instantánea que han salido en los últimos años, llámese Line, Spotbros, Talk, Viber…una larga lista que seguro irá en aumento.
Según algunas de las opiniones que podemos leer en la Red o escuchar cuando viajamos en el autobús, la “explosión” del WhatsApp ha supuesto que ya no hablemos con parientes o personas cercanas en esas fechas especiales -cumpleaños, Navidad, aniversarios, etc-, que excluyamos a las personas no usuarias de esta aplicación, y en el caso más catastrofista, el fin de las relaciones sociales. Vamos que nos convierte en seres antisociales…
Pues bien, hoy voy a romper una lanza a favor del WhatsApp, aunque reconozco que lo quiero hacer con la boquita pequeña, ya que considero que en ocasiones -demasiadas- no hacemos un buen uso de esta aplicación: ”No me haces ni caso, siempre estás con el WhatsApp”, todo un clásico en las conversaciones de pareja 😉
Y es que gracias a Internet en general, y el WhatsApp en particular, se han recuperado muchas amistades o contactos que ya se daban por perdidos, y en cierta manera, nos ha tendido puentes para facilitarnos esa comunicación. Sí, los teléfonos y los SMS siempre han estado ahí, pero resulta que esto es gratis -o semigratis- y nos permite muchas más cosas que tener una conversación o exprimirnos la cabeza para enviar ese mensaje sin que nos pasemos de los malditos y casi siempre escasos 160 caracteres de un SMS. Esto es extensible por supuesto a las redes sociales en Internet, en cuyo saco sin fondo no nos resulta demasiado complicado encontrarnos esta aplicación.
Esta reflexión la hago por la experiencia personal de ver a mi abuela más feliz que unas castañuelas cuando conversa o recibe fotografías de alguna o alguno de los que formamos su extensa familia, que para su tristeza, nos encontramos a cientos de kilometros de distancia. Sí, de vez en cuando hablamos y nos vemos 2 o 3 veces al año, pero seguro que a ella le encanta ver como va creciendo día a día su nieta de 18 meses, por ejemplo. Con más de 80 años, el WhatsApp le hace sonreír a menudo, y eso para mi pesa mucho más que los perjuicios que pueda tener sobre esta herramienta “endiablada”.
El ejemplo de mi abuela no es más que uno de las decenas de ejemplos que se me ocurren para considerar que WhatsApp es una buena aplicación, y que por lo menos de momento, yo la compro (seguiré pagando esos aproximadamente 90 céntimos al año que cuesta la suscripción y de la que muchas personas se quejan).
Quizás otro día venga con una larga lista de los perjuicios del WhatsApp, pero hoy, me ha tocado la vena sensible…¡Qué le vamos a hacer!